martes, 26 de enero de 2010

EL ZORRO Y LA TUNA

Ya hacía mucho tiempo que el zorro buscaba al conejo para vengarse de todos sus engaños, cuando lo encontró de pronto sentado en una pampa, comiendo tunas.
-¡Vaya! No me lo esperaba –exclamó el zorro sin disimular su alegría-. Ya tengo asegurado mi almuerzo.
-¿Qué te hice, hermano, para que vengas con esa amenaza? –contestó el conejo.
-No es amenaza. Apenas bajes de allí te voy a comer, por todas las veces que me has engañado.
-Entonces tendrás que esperar un poco, hermano. Estas tunas están muy sabrosas y por ahora no pienso en bajarme –dijo el conejo, y peló otra tuna.
Al zorro se le hacía agua la boca. Nunca había comido esa fruta, pero parecía ser cosa buena.
-¿Son en verdad muy sabrosas? –quiso asegurarse el zorro.
-Claro, hermano. No sabes lo que te pierdes.
-¿Me podrías dar una para probar?
-Por supuesto hermano zorro –dijo el conejo, deseoso de obtener su perdón.
Peló otra tuna y le dijo:
-Aquí está, hermano. Abre la boca.
El zorro se sentó sobre sus patas y abrió grande la boca. El conejo estiró la mano y soltó en ella la tuna.
Al zorro le pareció un manjar. Mientras la saboreaba, se distrajo del conejo.
El conejo cortó otra tuna y fingió que la pelaba, arrojando al suelo una cáscara que había quedado sobre el nopal.
-Aquí te tengo otra, hermano zorro.
-Bueno, dámela –mandó el zorro, dispuesto a darse una buena panzada con esas frutas y después comerse al conejo.
Abrió grande la boca y el conejo arrojó con fuerza en ella esa tuna con espinas, que fue a encajarse en la garganta del zorro. Este se puso a gritar de dolor, y luego a revolcarse.
El conejo aprovechó la ocasión para brincar del nopal y salir corriendo.
Hasta la noche estuvo el zorro quitándose las espinas de la garganta y jurando, una vez más, vengarse del conejo.
Al día siguiente fue a buscarlo por los campos, pero anduvo mucho sin encontrarlo.

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